17 de julio de 2010

¿?

Hay tres cosas que me revuelven el estómago, en el buen o en el mal sentido, según quién me lea. Una es el amor, la otra el desamor, y la tercera la desesperanza. Esa sensación de verlo todo perdido, de no saber qué hacer porque ya no queda nada, o de querer llorar sin ton ni son porque tampoco hay mucho motivo para hacer otra cosa. Unan ustedes sentimiento y sensación según su gusto.

Si lo veo todo perdido lloro de tristeza. Si ya no queda nada, lloro por lo que he perdido. Si quiero llorar sin saber porqué, sólo lloro. Desesperanza es eso: no esperar que nadie te alegre, que nadie encuentre lo que era tuyo, que nadie te diga por qué lloras.

Pero muchas veces hay que mirar, saber mirar, para ver que hay muchas cosas que esperar. No todo está perdido, no todo está olvidado. Quedan muchas cosas que sentir, muchas cosas en que creer, muchas que rescatar del baúl de lo que nunca queríamos volver a ver.

Me pasó recientemente que, en uno de esos impulsos que pueden ser tachados de locura, volví a ver a un amigo, un gran amigo al que hacía mucho tiempo que no veía. Él fue quien me dijo que tenía que darme una oportunidad, que tenía que darle una oportunidad a la vida.

¿Cuántas cosas he tirado por el camino pensando que no valían nada?

¿Cuántas cosas he borrado de mí creyendo que así tendría más oportunidades?

¿Cuántas oportunidades he rechazado por pensar que no era el momento?

¿Cómo ser consciente de que siempre es el momento?

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