2 de enero de 2011

Queridos Reyes Magos

Antes de que me preguntéis si he sido buena o no, notad que eludo manifestarme al respecto. No se trata de que esté pidiendo carbón a gritos, sólo de que quizá me lo merezca. Si se analiza todo lo que he hecho a lo largo del año, es posible que se encuentren un par de razones para enviarme el saquito correspondiente, pero en mi defensa diré que aunque el resultado de mis acciones no sean el mejor, sí lo fue mi esfuerzo.

Hice lo que pude por no gritar a los que más quiero, pero resulta que mil veces al día se me olvida todo lo que hacen por mí, lo mucho que me ayudan siempre que lo necesito, incluso sin que yo lo pida. Por eso, en cuanto me molestan lo más mínimo, o hacen algo que no es del todo lo que espero (cuadriculada mi mente) salto, salto, casi sin darme cuenta.

También intenté amar lo que hago (en lugar de hacer lo que amo) pero no me salió muy bien. Resulta que he descubierto que, a pesar de mis dotes de actriz, no soy capaz de fingir una sonrisa cuando tengo ganas de llorar, ni puedo evadirme de la realidad hasta el punto de motivarme para hacer lo que hago con más ganas. En consecuencia he empezado a odiar lo que viene a ser mi pan de cada día, y eso me ha hecho infeliz y me ha llevado a lo descrito en el párrafo primero: pagar el pato con cualquiera que esté cerca.

Luego, viendo que no era muy capaz de hacer nada productivo por mejorar mi vida interior, me dije que sería muy bueno darme cuenta de la enorme abundancia en la que vivo y la diferencia que hay con la vida de otras muchas personas. Pensé que tenía que hacer todo lo posible por encontrar un lugar en el que colaborar, aunque no fuese de manera material y cómoda, sino en el que entregar una parte de mi tiempo, para poder hacer algo productivo con él. Lo intenté, pero resultó que mi agenda estaba siempre llena de asuntos prioritarios (el 99% de ellos referentes a lo descrito en el párrafo anterior, aquello a lo que me dedico) y necesitaban toda mi atención. Siempre me sucede lo mismo. Así que no pude ocuparme de mi propia necesidad interior de hacer algo bueno, aunque fuera por una vez.

Por eso os decía que no sé si me merezco el carbón, porque para tres cosas buenas que pretendía hacer no he sido capaz de cumplirlas.

Pero me he arriesgado a escribiros la carta igualmente, porque mala del todo no soy. Dicen que por el camino se van plantado florecitas mientras nosotros estamos preocupados por cumplir nuestros grandes objetivos. Por eso, por si alguna florecilla he plantado en algún lugar, por si en algún momento hice algo bueno sin quererlo, por si alguna vez sonreí a pesar de todo, por si una de mis acciones involuntarias hizo bien a alguien, os escribo.

Me gustaría que me trajerais una mochila, porque tengo que llevar muchas cosas cada día (o eso o un bono para el fisioterapeuta). Y ya que me pongo, que caiga algo de paciencia y de buen humor, que falta me hacen, para que el año que viene no tenga que aburriros con tres párrafos al principio de la carta y pasemos directamente al meollo de la cuestión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario