31 de diciembre de 2010

Como toda la vida

Intentaba yo hace unos días hacer una lista de todas las veces que he salido en Nochevieja, intentaba recordar los sitios, los amigos, para hacer un pequeño revival (sí, es pequeño, pero es lo que hay) de mis andanzas nocturnas en un día como hoy. Una se me olvidaba, como si ahora mismo me pusieran a rellenar un mapa mudo, o me dijeran "¿no tenías algo que hacer?". Bendita memoria la del estudiante que recuerda miles de datos que vaya usted a saber si algún día le servirán, y no sabe ni completar el mapa ni dónde pasó la Nochevieja hace tres años.

Ya veo las conclusiones que se acaban de sacar. No, no fue el alcohol lo que creó mis lagunas de memoria. Esas las llevo incorporadas, porque una no puede estudiar lo que estudia sin sacar nada del cerebro para hacer sitio. Pero había algo detrás de mi despiste temporal. Por supuesto que sabía dónde estuve, sólo me hicieron falta dos minutos más, pero parece ser que no fue tan importante como para acordarme, ¿no?

Pues sí lo fue, vaya que sí. Una vez hecha memoria recordé que fue una de las mejores Nocheviejas de mi vida. Sin embargo, analizando todas acabé por pensar que todas y cada una de ellas habían sido las mejores Nocheviejas de mi vida. Vaya banalidad.

En conclusión, y para ser coherente con mis recuerdos (o falta de ellos) de Nochevieja, no voy a salir este año. No, no creo que merezca la pena por varias razones. En primer lugar, he hecho una odiosa lista mental de cosas que quería hacer y no he hecho este año. Entre ellas se encuentran tomarme las cosas menos a pecho, disfrutar más de la vida, ir a clase sonriendo como si el mundo entero oliese a tarta de fresa, y todo ese tipo de promesas y propósitos que siempre llenan mis cuadernos y agendas por estas fechas. No he sido capaz de cumplir ninguno y ando amargada por la vida. Eso quiere decir que en este sentido no tengo nada que celebrar.

Además, mi mejor amigo, que es muy sabio para ciertas cosas, considera que esta noche es la peor para salir y desde hace algunos años practica la sana costumbre de disfrutar al máximo el día antes. Es inteligente por su parte, porque una no sabe cómo el día 30 las copas se sirven en un instante, los baños están medio limpios y la gente es agradable, y como por arte de magia la noche del día 31 la pasas esperando en la barra, o en la cola del baño, para encontrártelo luego encharcado y lleno de gente con cara de zombie. No tengo palabras.

Pero es que tengo la sensación de que no queda mucho tiempo de disfrutar la Nochevieja como yo la conozco. El reloj de Dios algún día dirá que se acabó este tiempo, y por si acaso llegaran nuevos tiempos, con nuevas o distintas tradiciones, este año me quedo en casa, viendo tele cutre hasta las tantas con mis abuelos, sin probar apenas la cena para ponerme hasta las orejas de polvorones después de las uvas, y acostándome pronto, porque eso era lo que sucedía en casa cuando yo ya estaba con mi traje en algún local chulo. Creo que este año va a ser el primero, desde hace muchos, que desayune chocolate con mi familia, como toda la vida, en vez de aproximarme agotada a la mesa del comedor, a las dos de la tarde, con restos de rimmel aún en las pestañas.

¡Feliz año nuevo!

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