Jodidamente perfecto

Cuando creía que ya no podía estar más cansada, que ya no podía sentirme peor. Cuando sabía que el volumen de mi reproductor de música no podía subirse más y que, en ese caso, no habría manera de recuperar los ánimos antes de llegar a casa. En ese momento, en ese mismo momento, subiste al autobús.

No recuerdo el tiempo que hacía que no te veía. Desde que salimos del instituto, creo. Sí, desde ese momento. Ha llovido, mucho.

Te sientas en uno de esos asientos cuádruples que van contra el sentido de la marcha y abres un libro. Apenas sabía nada de ti hace años, ahora ya sé que no te mareas.

Yo estoy sentada frente a ti, pero a una fila de distancia. Un hombre que se sienta frente a ti nos separa. Te veo cuando el hombre se mueve. Tú no me ves a mí.

En mis tímpanos resuena la nueva canción de Pink. Una obra maestra. Muy adecuada para el momento. Fucking perfect. Sí, eres jodidamente perfecto.

No sabes que estoy a unos pasos de ti, ni te das cuenta. No pasa nada, antes era igual y tampoco pasó nada. Tengo la esperanza de haber cambiado en estos años, de haber cambiado para bien, y de que al levantar la vista del libro reconozcas alguno de mis rasgos. El mismo tiempo ha pasado para los dos y yo, en cambio, te reconozco perfectamente. No has cambiado nada, sigues siendo jodidamente perfecto.

El autobús dobla la esquina y enfila mi calle. Aún suplico telepáticamente a tu cerebro para que levante la cabeza mientras me levanto del asiento, mientras recorro los centímetros de pasillo que nos separan, mientras pulso el botón para solicitar la parada, mientras ando al lado del autobús, casi rozando tu ventanilla, mientras espero en el semáforo que estoy a punto de cruzar para perderte de nuevo.

Pero no. No levantas la cabeza del libro.

No me has visto, o no me has reconocido, o no me has querido reconocer.

No pasa nada. Antes era igual y tampoco pasó nada.